La Ascensión del Señor representa un hecho fundamental en la historia de la fe cristiana. No solo es la elevación de Dios en su gloria, sino también un llamado a vivir con confianza y dedicación en nuestra realidad actual.
La Ascensión nos llama a actuar, hoy en medio de la incertidumbre y los desafíos que enfrentamos, nos recuerda que el cielo no es un destino lejano, sino una forma de vivir. Jesús no se aleja, sino que nos muestra que su presencia sigue viva en nuestro compromiso, en la solidaridad con los demás y en la construcción de un mundo más justo.
Vivir la Ascensión significa encontrar a Dios en la vida diaria: en el servicio a los demás, en la escucha sincera y en la creación de comunidades que reflejen su amor y misericordia.
Jesús asciende, pero no nos deja solos. Nos envía el Espíritu Santo para fortalecernos y guiarnos. Cuando la desesperanza nos alcance, recordemos que formamos parte del plan de Dios, que sigue transformando el mundo.
La Ascensión nos desafía a preguntarnos: ¿Cómo percibo a Dios en mi vida hoy? ¿Estoy dando testimonio de su presencia en mi entorno? ¿Contribuyo a la construcción del Reino de Dios aquí y ahora?
Que esta celebración renueve nuestra misión de hacer visible a Dios en cada gesto de amor y justicia. Que su Ascensión nos inspire a transformar el mundo con esperanza y compromiso.
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