No fue una muerte cualquiera: fue una entrada luminosa al corazón de Dios, tras una vida consumida por el amor a Jesús y María, y por el ardor misionero que lo llevó a fundar comunidades, consolar a los pobres y encender devociones que aún hoy nos sostienen.

En esta Pascua de San Juan Eudes, celebramos el fuego interior que lo impulsó a transformar su tiempo. Su espiritualidad fue profundamente encarnada en la realidad de los más necesitados. Él comprendió que el Corazón de Jesús y el Corazón de María eran llamados urgentes a vivir con ternura, justicia y entrega.

Hoy, su Pascua nos invita a renovar el compromiso de ser presencia viva del Buen Pastor, especialmente allí donde la dignidad humana es herida. Que esta celebración nos inspire a unir contemplación y acción, fe y ternura, tradición y creatividad.

Como San Juan Eudes, que nuestra vida sea una Pascua permanente: un paso del egoísmo a la entrega, del miedo a la esperanza, de la comodidad al servicio.